13 mayo 2008

Me sabe a humo, me sabe a humo.

Son los gitanos una gente curiosa para ciertas cosas, y desde luego para lo que son fiestas y jolgorios no lo hacen mal. Pero empecemos por contar los primeros hechos relevantes para la narración.

El día de autos, nos dio a mis visitantes de puente (Angie, Javierochas y Carlochas, para más señas) y a mí por hacer una churrascada. Pero todos sabemos como se está poniendo eso de ir por ahí haciendo fuegos: imposible. Así que no nos quedó más remedio que sacar la parrilla al balcón. Sé que no es la mejor solución, pero fue la que nosotros encontramos en ese momento. Resultado: una carne estupenda, llamada de rigor a Oscarochas (era el que faltaba), y la casa y nosotros mismos cheirando a humo que tirabamos para atrás por el resto del día. Este último dato puede ser importante (aunque no estoy absolutamente seguro) y por eso cuento todo esto.

Ya por la noche pues lo normal, a tomar unas copillas y vacilar en un garito muy chulo él y donde además ponen una música más que decente. Y tanto vacilamos que acabamos cerrando el local a eso de las 3 y pico/4. A estas alturas Angie y Javierochas ya se habían ido para casa (no sin antes pedirme las llaves, a ver si tomamos nota :-P), y el Carlochas y yo decidimos que lo suyo a esas alturas era pasarse por el típico sitio apestoso pero que está abierto hasta las mil. El Zebra de Segovia, en fin. Y hacia allí nos encaminamos.

Pero la fortuna quiso que pasando por un callejón oyera unas palmas... y una guitarra... y un cante... No hizo falta más (algunos sabéis de mis gustos variados, aunque para nada contradictorios en materia musical), y aunque el Carlochas no lo veía claro -¡eh!, no lo veo claro-, yo ya estaba bajando las escaleras del pequeño semisótano. Vale que en un principio dábamos un poco la nota entre una veintena de gitanos (buen momento para no equivocarse un carajo). Pero sea porque nuestras prácticas piromaníacas de la tarde nos habían conferido un olor apropiado para la ocasión sea porque entablamos buena conversación con el patriarca objeto de respeto por parte de la concurrencia, rápidamente estuvimos todo lo integrados que se puede estar: sólo fuimos capaces de pagar la primera ronda con el patrone, de las demás (y estuvimos más de dos horas) se encargó él..., compartimos chuscos en buena fraternidad...

Mención especial merecen el Grabiel y el Arfredo. Guitarreando y cantando respectivamente, la verdad es que me dejaron flipado. No había allí nada que envidiar de un concierto del Camarón, y no exagero (bueno, quizá un poco). Y ya cuando se salieron con unas rumbillas (Chunguitos-power) hasta pudimos acompañar con algo más que palmas y cantar algo. Y así dos horas y pico.

Al irnos, despedidas de respeto con abrazos y eso. Especialmente afectuosa la del patriarca y la del Farruquito (es que era clavado el tío), que tenía toda la pinta de ser el chico listo. Fuimos amablemente invitados para ir al día siguiente, pero estas cosas mejor dosificarlas y quedarse con el buen sabor.

Y a la vuelta a despertar a los vecinos, de las calles por las que íbamos pasando, y de la casa a la que acabamos llegando (la mía, vamos). Porque una vez que uno se arranca ya no se puede parar, y venga a improvisar fandanguillos o lo que fuera que improvisábamos.

Así cómo una noche poco prometedora resultó bastante mejor de lo esperado.

1 comentario:

Iohannes dijo...

JAAAAAAAAAAAAAAAI PAAAAAAAAAAAAAYO.

:D